sábado, septiembre 26, 2009

virginia woolf in me


...Lo asombroso es que voy vestida,
que en este momento estoy sentada en­tre sólidos muebles.
En realidad, si queremos comparar la vida con algo, hemos de recurrir al símil de ser lanzados por el túnel del metro a cien kilómetros por hora, para ate­rrizar en el extremo opuesto sin una sola horquilla en el pelo. ¡De ser arrojados a los pies de Dios completamente desnudos! De rodar patas arriba por las praderas de asfó­delos como esos paquetes de papel marrón que se deslizan por el tobogán de la oficina de correos! Con el cabello al viento, como la cola de un caballo de carreras. Sí, eso pa­rece expresar la rapidez de la vida, el perpetuo deterioro y
la perpetua reparación; todo tan fortuito, tan sin sentido.
Y luego la vida.
Ese lento arrancar gruesos tallos verdes para que el cáliz de la flor,
al inclinarse, nos inunde de luz púrpura y roja. ¿Por qué, a fin de cuentas, no habríamos de nacer allí como nacimos aquí, indefensos, mudos, inca­paces de ver con claridad, buscando a tientas entre las raí­ces de la hierba, entre los dedos de los pies de los Gigan­tes?
En cuanto a decir lo que son árboles, lo que son hombres y mujeres, o si es que existen tales cosas, no esta­remos en condiciones de hacerlo hasta pasados más o me­nos cincuenta años. No habrá sino espacios de luz y de ti­nieblas, cruzados por gruesos tallos, y tal vez más arriba, manchas en forma de rosa de un color impreciso -rosas y azules pálidos-, que se volverán más nítidas con el paso del tiempo, se convertirán en ...
no sé en qué ...

1 comentario:

Penélope Sierra dijo...

Quizá el abrazo eterno, es sólo el del viento...

Un abrazo Joy!